lunes, 12 de marzo de 2012

Abrir y soltar...

Lo había pensado meses, días, noches enteras se había escudriñado el alma y habia encontrado el hueco de su ausencia menos doloroso cada día, menos abrumador y más llevadero, ya no revisaba los mensajes  como lo hacía antes para ver si había uno de él, ni saltaba cuando sonaba el teléfono esperando que fuera su voz. Recorría el hueco que le había dejado su partida preguntándose qué hacer con él, si llenarlo de recuerdos o cubrirlo con flores como a un muerto y es que el tiempo es el mejor aliado para curar y bajarle la intensidad a las cosas dejándonos verlas en su debida dimensión. Habían existido tantas palabras desafortunadas, tantos desencantos, tantas cosas en las que eran totalmente diferentes que finalmente al contemplarlas de lejos le habían permitido ver que aquél a quien creía un poeta enamorado quizá no era más que un pescador que le había lanzado las palabras adecuadas que acariciaban su ego como carnada y así la había domado como el principito al zorro y además ella se lo había permitido;  pero ahora era el momento de dejarlo ir, le dolía, quizá nunca dejaría de dolerle pero el desgaste había sido demasiado continuar así era como no cesar en el intento de regresar a quien ya ha abandonado la existencia terrenal.

Abrió un cajón de la enorme colección de cajones que habitaban su cerebro, era color violeta perfecto para recuerdos y guardó en él las sonrisas, los besos, las canciones y las fotos,  las largas pláticas de madrugada  y el recuerdo de sus ojos que siempre la habían fascinado , metió también sus libros, sus palabras dulces y cariñosas que habían quedado atrás hacía ya tanto tiempo.  Mientras hacía una imagen mental de la llave que cerraba el cajón suspiró cerrando los ojos y al exhalar abrió los brazos soltando el sentimiento y se sorprendió de que no hubiera lágrimas, era evidente que había llorado demasiado.

Se metió en la cama cubriéndose con su amada cobija azul que la acompañaba siempre como un escudo poderoso y cayó dormida al minuto. La luna llena iluminó su cara y despertó incorporándose en la cama. Volteó a ver la hora en el teléfono y vió su mensaje parpadeando —adiós Eddie— pensó mientras lo borraba sin abrirlo y se volvió a dormir. A la mañana siguiente despertó se metió en los pants, se puso los tennis y salió a correr con Atila por lugares nuevos igual que la vida cuando decide continuar por otro camino...


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